
Jimena lloraba inconsolable.
Había visitado cuanto médico le habían recomendado. Y sin embargo, ese malestar vago no la dejaba en paz. No importaba lo que comiera, el mal sabor constante en la boca, la sensación de que nada tenía buen sabor, no la abandonaba. Todo le caía mal. La sensación de hastío no la dejaba en paz, y no lograba explicarse ese fácil llorar por cosas que le parecían insignificantes. Estaba muy sensible pero no sabía por qué. Nada había cambiado. Esa misma mañana, -me contaba por ejemplo-, no había podido detener el caudal de lágrimas que rodaron incontrolables por sus mejías, cuando su hijo de 7 años, molesto porque no lo dejó desayunar con chocolate, le dijo que era mala, y que no la quería.
Jimena empezó a descubrir que lo que sentía era una soledad en compañía. Tenía un trabajo que le gustaba, sus hijos ya estaban en edad escolar, no le faltaba nada material, y sin embargo, se sentía tan vacía… los días se sucedían unos a otros, las semanas se convertían en meses; el quehacer del hogar y la rutina del trabajo lo llenaban todo. Juan, su esposo, era un padre responsable y un buen proveedor. Sin embargo, parecía que todo en su vida ya estaba escrito. Como un presente que en realidad ya se vivió. Como si no pudiera haber nada de novedoso, de distinto. Juan llegaba todos los días alrededor de las 6 de la tarde a casa. Sin embargo, seguía pegado a su celular respondiendo llamadas de trabajo. Tan cerca de ella físicamente como lejos emocionalmente. Tenía un trabajo estresante, pues trabajaba en la bolsa de valores. Su día empezaba 12 horas antes, ya que salía de la casa a las 6 de la mañana, religiosamente de lunes a sábado (visitaba clientes). Cuando finalmente descansaba, se relajaba tirándose en el sofá a ver deportes en la televisión. Los domingos también estaban predeterminados, ya que estaban destinados a visitar a los padres de ambos.
Todas las semanas eran iguales. La diferencia la ponían las actividades extracurriculares de Ricardito, y la vida social cada vez más movida de Rossanna, la hija adolescente.
Jimena descubrió que su relación de pareja estaba muriendo de hastío. Ya no habían flores, detalles, salidas, miradas cómplices, arreglarse para el otro, tiempo en pareja.
Una vez establecida la pareja con la que queremos pasar nuestra vida, poco a poco va menguando la emoción, las mariposas en la barriga al anticipar el encuentro con el amado, esa sensación de alegría indescriptible que nos llena el sólo pensar en el otro… si no nos damos cuenta, la emoción empieza a dar sitio a la rutina.
Antes o después vienen los hijos y a ello se juntan las demandas del trabajo, y las cuentas por pagar.
Es tan fácil pasar de bailar pegado, mirando a los ojos enamorados de nuestra pareja, y viéndonos reflejados en ellos, a dejarnos arrollar por el día a día. Es tan fácil, en el vivir ajetreado, dejar de bailar pegado y empezar a bailar en paralelo. Estamos allí físicamente, pero emocionalmente estamos a miles de kilómetros de distancia. Sumidos en nuestras preocupaciones, en nuestras obligaciones.
Silenciosamente, la distancia se va convirtiendo en un abismo. El malestar empieza a aparecer, pero no sabemos de dónde viene. Es una sensación de vacío, de descontento a la que no le podemos poner un nombre.
A veces ocurre un terremoto en la pareja; uno de los dos tiene un desliz. A veces el descontento se somatiza; jaquecas y otros malestares depositados en el cuerpo, pero que no tienen explicación médica empiezan a aparecer. A veces no pasa nada, y el abismo sige creciendo.
Al crecer los hijos, el abismo creado se hace muy visible. A veces para ese entonces, la distancia es tan grande que ya no se puede acortar.
La vida en pareja requiere de un acto de balanceo contínuo. Las distintas etapas por las que atraviesa, van creando demandas y se requieren acomodos que necesitan ser transitorios y revisados contínuamente.
La pareja, como cualquier cosa viva, necesita atención, cuido, nutrición, cariño, revitalización para mantenerse saludable.
La complicidad, la amistad, el amor, la atracción mutua, necesitan no darse por sentado. Siempre se puede sacar un tiempito para salir una noche, para tener un fin de semana en pareja, para conversar, para intimar. Depende de nosotros mantenernos bailando juntos y no uno al lado del otro.
Clara P Fleischer.

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