Qué difícil nos resulta dejar ir aquello que más queremos. Nuestros hijos se conciben y se forman dentro de nosotros.
Por los siguientes muchos años, dependen de nosotros para ser, para existir. Por ello nos resulta tan duro soltarlos cuando crecen, dejarlos ser. Aceptar que formen su propia piel psicológica, distinta de la nuestra. Que tengan sus propias experiencias. Aceptar que ellos son de ellos mismos, que no tienen por qué ser como nosotros queremos que sean, ni mucho menos tienen que hacer realidad los sueños que nosotros dejamos inconclusos.
Ellos tienen sus propios sueños, y son estos los que deben de perseguir y tratar de hacer realidad. Amar a nuestros hijos es justamente dejarlos ser. Ayudarlos a construirse a sí mismos.
Es inevitable que les pasemos nuestras angustias y miedos, nuestros fantasmas y sueños frustrados, nuestra idea de lo que es vivir y tener éxito, y ser feliz. Ahora que somos mayores, somos más sabios, tenemos otra perspectiva de lo que es la vida, sin embargo, tenemos que aceptar que nuestros hijos no representan una segunda oportunidad para lograr aquello que no pudimos, y aceptar que aunque ahora la tengamos clara, la nuestra no es la única manera de hacer las cosas.
No trajimos hijos al mundo para que nos acompañen en nuestra vejez, ni para que acallen nuestro miedo a la soledad. Son nuestra continuación, pero son ellos mismos. Nos toca tolerar que nuestros sueños no sean los de ellos, auparlos para que sigan sus propios anhelos, a que aprendan haciendo sus propias experiencias.
Juan vino a consulta por la enorme culpa que sentía. Era hijo único y sus padres se desvivían por él. Si bien, esto le dio desde pequeño un sentimiento de ser importante y querido para ellos, a la vez, le hizo difícil tener una vida propia pues confundía la privacidad con traición. Desde que recordaba, todas las decisiones importantes que tomó, pasaron siempre por la aprobación de sus padres. Pero el tiempo pasó y creció y un día decidió aplicar para hacer su PHD a una universidad en otro estado. Esta universidad le hacía mucha ilusión. Decidió no decir nada a sus padres porque no sabía si entraría, y más importante, porque tenía miedo de su reacción. Se sentía culpable. Esta era la primera vez en su vida, que hacía algo sin la bendición ni la consulta a sus padres.
Llegó el día en que recibió la respuesta. Lo aceptaron!! Se descubrió con sentimientos mezclados. Emoción y felicidad por el logro obtenido, a la vez, se sentía que estaba traicionando a sus padres y que había hecho algo a sus espaldas. Se sentía culpable. Esto fue lo que lo hizo consultar.
Trabajando con él, se animó a hablar con sus padres. Estos reaccionaron igual que él. Emocionados por su aceptación, mas preocupados porque esto implicaba una separación. De pronto la madre empezó a sentirse enferma. Le dolía el estómago, no podía comer. Exámenes médicos no arrojaron problema alguno. Juan temía que la enfermedad de su madre estuviera relacionada a su mudanza eminente. Todo cambió cuando a los pocos días, los padres empezaron a hablar de mudarse al pueblito donde estaba la universidad. De pronto todo volvía a estar bien para ellos y mal para él…
Una vez superada su confusión de sentimientos, Juan pudo hablar con sus padres. Cómo iban a dejar su vida para ir a meterse a un pueblito? Cómo se vería que un hombre de 27 años tuviera que estar acompañado de sus padres para estudiar? Y quizás lo más importante de todo… el amor entre ellos toleraría la separación física sin desfallecer. En la medida en que lo tuvo claro, Juan pudo separar su necesidad de irse solo de su amor por sus padres y así pudo expresárselo a ellos. Los padres entendieron y acordaron que visitarían a Juan, pero que no se mudarían con él.
Esta historia tiene un final feliz para todos. Permitir a Juan su espacio, hizo que pudiera hacer sitio para sus propias necesidades. En la universidad, Juan conoció a una muchacha y se enamoró. Durante una visita de los padres, se las presentó. Juan y Rosanna se casaron, y con el tiempo se establecieron en la misma ciudad que los padres.
Hoy en día, los padres de Juan son los felices abuelos de tres niños.
Ya lo dijo el poeta hace muchos años atrás: “Tus hijos no son tus hijos. Son hijos e hijas de la vida deseosa de sí misma. No vienen de ti, sino a través de ti, y aunque estén contigo no te pertenecen…”
Clara P Fleischer.

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